Las hermandades y cofradías, custodias vivientes de la tradición, aguardaban con anhelo el momento de sacar los pasos por las callejuelas de Belmez, donde la piedra antigua resonaba con ecos de fe y devoción.
Para ellos, la Semana Santa era más que una celebración; era un acto de entrega, un tributo a la divinidad que les guiaba con su luz.
Pero este año, el destino tejido por las nubes caprichosas y los vientos inconstantes les reservaba una agridulce sorpresa. Las lluvias, como lágrimas del cielo, se deslizaron sobre las azoteas de Belmez, empañando los planes de las procesiones callejeras. Solo el Paso de Cristo Yacente pudo desfilar en la penumbra de las calles mojadas, llevando consigo la melancolía de una tradición interrumpida.
Sin embargo, la tristeza de no ver los pasos desfilar bajo el cielo abierto se disipó en la calidez de la parroquia de Nuestra Señora de la Anunciación. Allí, entre las paredes santas, los fieles se reunieron para contemplar los tronos, para honrar a los valientes costaleros y costaleras que, sin desfallecer, recrearon los pasos dentro de los muros sagrados. La fe se convirtió en un vínculo que unió los corazones de los belmezanos y belmezanas, que llenaron la iglesia con su presencia y su devoción.
Y mientras los cielos derramaban su bendición sobre Belmez, las nubes grises que cubrían la región norte de la provincia de Córdoba se disipaban, llevando consigo la promesa de vida para la tierra sedienta. En medio de la agridulce sensación que envolvía la Semana Santa en Belmez, una esperanza florecía, alimentada por la fe y la certeza de que, incluso en los momentos más oscuros, la luz siempre encuentra su camino.
Así, entre lágrimas y sonrisas, entre la añoranza y la esperanza, la Semana Santa en Belmez llegó a su fin como tenía que ser: con la certeza de la fe, la devoción que une a un pueblo y el regalo preciado de la lluvia, que alimenta el alma de este maravilloso lugar. Belmez, el corazón del Guadiato, donde la historia se entrelaza con la eternidad y donde la fe es el faro que guía a sus habitantes hacia la luz.
En la parroquia reposaron los tronos,
pero los fieles les acompañaron en sus dones,
las calles quedaron solitarias, mas no desamparadas,
pues el alma del pueblo, unida, siempre estaba.
Unidos en la oración, el pueblo entonó,
sus pasos lloraron, sus lágrimas soltaron,
Belmez respiró amor, con fe y devoción,
su Semana Santa, tesoro de tradición.
En cada esquina, en cada rincón,
resuena el eco de una fe sin condición,
Belmez, con su alma encendida,
guarda en su corazón esta sagrada vida.
Que la lluvia no detenga su fervor,
que en cada paso, late el amor,
Belmez, con fe y devoción,
abrazas su Semana Santa con pasión.
Manuel Sánchez