
La provincia de Córdoba, con su rica herencia histórica y cultural, se alza como un destino inigualable para los amantes de la historia, el arte y la naturaleza.
Sus emblemáticos castillos, majestuosas torres y recintos fortificados cuentan historias de conquista, poder y legado que han marcado nuestra identidad.
Castle Love, una iniciativa del Patronato Provincial de Turismo de Córdoba (PPTC), busca dar vida a este valioso patrimonio, destacando no solo la grandeza arquitectónica de sus castillos, sino también el entorno único que los rodea. Desde paisajes deslumbrantes y experiencias gastronómicas hasta actividades sostenibles y turismo de estrellas, esta propuesta conecta pasado y presente para ofrecer a cada visitante una experiencia inolvidable.
Con la colaboración de ayuntamientos, propietarios y actores locales, esta estrategia renovada combina marketing innovador, eventos únicos y actividades diseñadas para un nuevo perfil de viajero que busca más que visitar: quiere vivir Córdoba. Únete a esta travesía y deja que los castillos de Córdoba te cuenten su historia.
Castillo de Belmez
Desde el siglo XIII, este faro de piedra lleva dominando la comarca del Alto Guadiato desde un cerro de roca caliza, como si retara a sus visitantes a conquistarlo. Para ello, es preciso subir una escalinata que lleva el nombre del alcalde Rafael Canalejo Cantero y una rampa escalonada de cuatro tramos. La recompensa, situada a más de 560 metros de altitud, es inolvidable.
De planta casi rectangular y orientada de Este a Oeste, la fortaleza mantiene seis torres semicilíndricas, cubiertas con bóveda de ladrillo y almenadas. Entre ellas, la del homenaje, al norte de la plaza de Armas, lugar donde se distingue también un aljibe conocido como “pisada de caballo”. El ascenso a la torre del homenaje, de 11 metros de altura, nos regala vistas de Sierra Palacios, Sierra Boyera, el lago de una explotación minera y las localidades de Fuente Obejuna, Peñarroya y Espiel.
Fortificado por los franceses durante la guerra de la Independencia, fue después abandonado y, en parte, destruido; y, hasta la primera mitad del siglo XX, las águilas se enseñorearon de sus ruinas. En 1954 el arquitecto Félix Hernández procedió a su restauración. Su última intervención, en 2013, mejoró la iluminación nocturna y dispuso una serie de carteles explicativos de los que podemos aprender en cualquier momento del día.
